La extraordinaria belleza de muchos de los poemas romanceriles estriba precisamente en la sencillez que emana de su forma oral y en el mantenimiento de las formas tradicionales del género.
La pervivencia del romancero ha quedado demostrada, porque el octosílabo y los temas que en este género se recogen, se mantienen fuertemente enraizados en los hablantes de nuestro idioma.